El aumento de la temperatura en el planeta está teniendo un impacto cruel sobre el hielo del Ártico y en la capa helada que cubre la tundra. Incluso para aquellos que mantienen, cada vez más artificialmente, la duda sobre el origen del calentamiento global, sus efectos son bien visibles y sus consecuencias también. Muchos científicos del Cambio Climático lo advirtieron: el incremento de la temperatura no tiene por qué ser lineal y a partir de un umbral determinado la progresión puede ser geométrica. Una de las primeras evidencias de esta posibilidad se ha manifestado como consecuencia del deshielo del «permafrost», el hielo milenario de la tundra. En su interior, y como un regalo envenenado, se acumulaban miles de toneladas de metano, un Gas de Efecto Invernadero (GEI) más potente que el CO2. Si las emisiones de CO2 y metano que han llegado a la atmósfera en la era industrial hacían subir la temperatura en un determinado valor anual, la liberación del metano congelado ha provocado que el proceso del calentamiento se acelere.
Un reciente artículo publicado por «Nature» añade nuevos datos sobre las consecuencias negativas del deshielo acelerado que está sufriendo la Tierra. En Canadá y Noruega se ha detectado un incremento en las concentraciones atmosféricas de pesticidas y otras sustancias tóxicas persistentes, conocidas como POPs, que incluyen los PCBs y el DDT, y entre cuyas virtudes se encuentra las de ser muy cancerígenas. Según el estudio, el hielo y el suelo del Ártico han actuado durante décadas como una trampa que atrapaba las deposiciones de estas sustancias. Con el deshielo, los compuestos tóxicos se están liberando a la atmósfera en cantidades significativas hasta el punto de que el informe lanza una advertencia: todos los esfuerzos realizados durante décadas por la comunidad internacional para evitar el uso de los tóxicos persistentes pueden ser inútiles si continúa el deshielo.
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