” Conozco un planeta donde
vive un señor muy colorado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha contemplado una
estrella. Nunca ha querido a nadie. Nunca ha hecho otra cosa que sumas. Se pasa
el día diciendo, como tú: “Soy un hombre serio! Soy un hombre serio! “Lo que le
hace hincharse de orgullo. Pero esto no es un hombre, es un hongo!”. Antoine de
Saint-Exupéry
Continuamente se manifiestan
en el planeta Tierra sucesos alarmantes, que muchas veces se desencadenan en
terremotos, maremotos, contaminaciones que han incidido significativamente en
el cambio climático y esto constituye una seria amenaza que ya han muertos
miles de personas y no se sabe aún, que puede pasar con todas estas
afectaciones que han incidido en el clima.
Según expertos de la ONU, el
mundo no es consciente de las graves consecuencias que supone el cambio
climático por el agua. Es necesario que reforcemos nuestra protección de los
recursos hídricos para evitar futuros conflictos.
Ante esta realidad de los
efectos del cambio climático, un total de 121 países y 3.400 ciudades se han
adherido a “La Hora del Planeta”, una iniciativa creada por Camine Ridley y que
se estrenó en Sydney (Australia) hace tres años para concienciar sobre el
cambio climático. Los que le apoyan, se comprometen a apagar luces y
electrodomésticos durante una hora. Esta acción se llevará a cabo el sábado 27
de marzo y los últimos en apuntarse han sido el Estadio Bernabéu, en Madrid, y
el de Mestalla, en Valencia.
No debe sorprendernos como
comenta Diego Griffon, que hoy se hable de Solastalgia. Esta palabra expresa el
dolor que se experimenta cuando existe la creencia de que el lugar en el que
uno vive y ama está bajo una inminente amenaza. Sin embargo, es precisamente en
este sentimiento, sufrido por tantas personas, donde descansa la esperanza de
nuestra especie.
El dogma neoclásico está tan
profundamente arraigado en sus mentes, que verdaderamente piensan que esta
situación puede ser solucionada sin cambios radicales. No hay que menospreciar
la fe que la “sociedad occidentalizada” tiene a sus dioses: la todopoderosa
ciencia y la eficiente mercado. El dogma dice que ellos nos brindarán la
solución. Esta es una peligrosa ilusión,
Nos añade Griffon, que en
cuanto al cambio climático hay dos niveles que debemos discutir y enfrentar.
En un primer nivel tenemos que
establecer claramente cuál es el responsable directo del problema. En este caso
no es otro que el sistema económico mundial. Este sistema consigue reducir a
todas las personas a simples consumidores, desconociendo de esta manera las
complejidades inherentes a cualquier ser humano. En el marco de la lógica
neoclásica, se reduce la complejidad del ser humano a una morisquetas conocida
como Homo economicus y se asume que las necesidades materiales de la sociedad
son infinitas, por lo que el mercado tiene que ofrecer infinitos productos .
Esto, como ya se ha comentado, plantea el dilema básico de este marco teórico.
Sin embargo, también es importante apreciar que esta lógica irremediablemente
implica producir incrementadas cantidades de desechos, desechos que son
fundamentalmente tratados como externalidades. De esta manera el sistema
privatiza los beneficios, mientras que socializa los problemas ambientales.
Esto es algo que la economía ecología ha demostrado elocuentemente.
El primer nivel es tan obvio
que resulta insólito que todavía haya dudas al respecto. El segundo nivel (más
importante aún) no es para nada tan obvio. El segundo nivel que tenemos que
afrontar son las jerarquías.
“La eliminación de esta lengua
de hielo podría reducir el nivel de salinidad en el océano y afectar el ciclo
de vida en el fondo del mar”, dijo Rob Massom, uno de los científicos
responsables de la División Antártica Australiana, a la agencia Reuters. Según
Mario Hoppema, oceanógrafo del Instituto Alfred Wegener para la Investigación
Polar y Marina de Alemania, “como consecuencia de este fenómeno, puede haber
áreas oceánicas que pierdan oxígeno y, consecuentemente, muera la vida marina
que hay allí “.
El iceberg B-9B es lo que
queda de otro mayor, de 5.000 kilómetros cuadrados, que se desprendió en 1987,
convirtiéndose en una de las masas de hielo de la Antártida . Este gigantesco
iceberg estuvo a la deriva en dirección oeste antes de encallar en 1992.
Recientemente, se soltó, quedando junto al Mertz.