18 jul 2012

La amenaza del cambio climático


América latina será una de las regiones más afectadas.
Las emisiones contaminantes que inciden negativamente sobre la situación climática mundial siguen trepando año tras año desde hace más de dos siglos. Lamentablemente, las sucesivas reuniones convocadas por las Naciones Unidas no han podido hasta ahora definir un sendero efectivo para reducirlas. La última reunión del G-20 en Río de Janeiro fue otro ejemplo más de un gran encuentro incapaz de generar compromisos concretos.



El daño ambiental castigará fuertemente a los países en desarrollo, como los de América latina, ya que en ellos se concentrará el 75% de los perjuicios, incluida una reducción permanente del PBI. Las negociaciones son muy complejas, pero es urgente concluirlas sin demoras, respetando la equidad internacional entre las naciones con distinto grado de desarrollo. Hace ya tres años, todos éramos advertidos con el provocativo interrogante: "¿Qué vamos a hacer cuando las tempestades empujen el mar hacia el interior de los continentes?", con el que el secretario general de las Naciones Unidas, Ban Ki-moon, nos alertaba que urge alcanzar un acuerdo para prevenir el cambio climático.

El secretario de la ONU entonces mencionaba el deshielo en el Ártico, que elevaría el nivel del mar y además alteraría la corriente del Golfo, que es la que lleva calor a Europa. El cambio climático hoy amenaza a todo el mundo, pero las naciones pobres son las más afectadas. Un calentamiento de 2° por encima de las temperaturas preindustriales podría generar en América latina, África y Asia una importante reducción de su aptitud productiva.

Hace seis años, el gobierno del Reino Unido presentó un documento sobre el cambio climático conocido como "Informe Stern", que describía los eventos negativos que podrían acontecer si no se ponía coto al crecimiento de las emisiones contaminantes. En el capítulo sobre América latina, se advertía sobre el riesgo que corría el abastecimiento de agua de poblaciones andinas, por la reducción de los glaciares. Las ciudades de Lima, Quito y La Paz eran mencionadas como las más vulnerables. Además se pronosticaba que la transmisión del dengue podría multiplicarse entre dos y cinco veces hacia 2050 en muchas partes de América latina, y que áreas nuevas de transmisión podrían aparecer en la región sur del continente americano.

Tres años atrás, la Agencia Ambiental Europea también advertía sobre la modificación del clima en los Alpes, donde la temperatura venía trepando al doble del promedio mundial, afectando el sistema hidrológico que alimenta a los ríos Danubio, Rin, Ródano y Po.

La evidencia científica acumulada en los últimos años indica la existencia de un cambio climático significativo, principalmente originado en las actividades humanas. Incide en esto no sólo el gran aumento de la población (éramos apenas 2300 millones cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, en 1945, y hoy ya somos 7000 millones), sino, principalmente, el descomunal aumento en la producción de bienes. Baste decir que la producción de bienes durante el siglo XX es superior a toda la producción acumulada desde Adán y Eva hasta el año 1900.

La Revolución Industrial ya se ha globalizado y extendido en todo el planeta, con su rápida difusión en el nuevo mundo en desarrollo, especialmente en Asia, donde casi 4000 millones de personas están entrando aceleradamente en la era industrial. La próxima cumbre de las Naciones Unidas sobre cambio climático tendrá lugar en Doha, en diciembre; tras el escaso avance en las tres cumbres anteriores (Copenhague 2009, Cancún 2010 y Durban 2011), esta cumbre puede ser una de las últimas oportunidades que tendrá la humanidad de enfrentar con éxito la amenaza del calentamiento global.

Las negociaciones son muy complejas por tres razones. Primero, los países industrializados que hoy tienen compromisos de reducción de sus emisiones representan apenas algo más de la cuarta parte de las emisiones mundiales. Segundo, Estados Unidos, que fue hasta hace poco el principal contaminador (21% del total mundial de emisiones), no había asumido ningún compromiso en Kyoto. Y en tercer lugar, el mundo en desarrollo no está obligado a realizar reducciones de sus emisiones, que ya alcanzan al 50% del total (China es ya el primer país contaminador con casi la cuarta parte de las emisiones totales).

Lo importante es que este mundo en desarrollo será responsable de más del 90% del aumento de las emisiones futuras. Las negociaciones se complican aún más cuando se consideraban las diferencias en las emisiones por habitante. Si bien China ya contamina más que Estados Unidos, cada chino apenas emite la cuarta parte que un norteamericano; aquí radica uno de los escollos para lograr un acuerdo: un norteamericano hoy emite 190 veces más que un etíope. En los países desarrollados vive apenas el 16% de la humanidad. Sin embargo, sus emisiones representan dos tercios del total históricamente acumulado; en promedio, los países desarrollados emiten 13 toneladas de CO2 por habitante, mientras que los países pobres no llegan a media tonelada. Es ilustrativo comparar Europa con los Estados Unidos; en la crisis petrolera de 1974, Europa inició una política de eficiencia energética, introduciendo impuestos a los combustibles fósiles y promoviendo el transporte público y modernizando su industria automotriz; los precios energéticos en Europa casi duplican a los de Estados Unidos; así se explica cómo hoy un alemán emite diez toneladas, y un norteamericano, 20.

Un acuerdo internacional tiene que ser no sólo eficiente (preservar el planeta al mínimo costo económico), sino también equitativo entre las naciones, prestando atención al nivel de desarrollo de cada una de ellas y también a la distinta responsabilidad histórica en la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera.

En junio, en la Cumbre Río+20 sobre Desarrollo Sustentable, que se realizó en Brasil y a la que asistieron más de 100 jefes de Estado, no hubo avances concretos en materia de cambio climático. En el debate quedó en evidencia que "uno de los problemas más acuciantes es la falta de voluntad política de enfrentar este desafío global y el empleo de instrumentos de ejecución inadecuados". La Cepal y el BID informaron en esta reunión los siguientes impactos negativos previstos en nuestro continente: desaparición de los glaciares andinos (menores a 5000 metros de altura), sabanización de la cuenca amazónica, reducción de los rindes agrícolas, aumento de inundaciones costeras y eventos climáticos extremos, incremento de enfermedades tropicales y afectación del bioma coralino en el Caribe. Este informe destaca que, por razones de ubicación geográfica y por la dependencia de los recursos naturales, América latina es muy vulnerable al cambio climático. A fines del año pasado, la Agencia Internacional de Energía (AIE) ya había alertado: "Si no cambiamos pronto de rumbo, acabaremos allí donde nos dirigimos".

Es evidente que las grandes preocupaciones sobre la crisis económica y financiera de importantes naciones industrializadas han desviado ahora la atención de los gobiernos lejos del cambio climático y de la necesidad de una nueva política en favor de las energías limpias. Se ha debilitado así fuertemente la capacidad y voluntad de actuar preservando nuestro planeta. Este reciente documento de la AIE indicaba que queda poco tiempo y margen para actuar controlando las emisiones contaminantes, por eso señalaba que "ya se está cerrando la puerta de los 2°C". Esta afirmación no es falsamente alarmista, sino bien realista, ya que las Naciones Unidas había ya advertido en 2010 que hasta ahora "los compromisos sobre la mesa no serán suficientes para limitar el calentamiento a 2 grados centígrados". Parece que cada nación juega a que la solución la den los "otros", minimizando así el esfuerzo propio. Sin embargo, con una visión esperanzada debemos aspirar a que en Doha la humanidad pueda acordar un nuevo sendero común de preservación solidaria del planeta, que vaya más allá de los insuficientes compromisos del Protocolo de Kyoto, que fenecen a fin de este año. Es hora de que dejemos de jugar con el planeta y entendamos que los problemas ambientales globales requieren no sólo efectivas soluciones globales que comprometan el esfuerzo de todos, sino también instituciones mundiales que realmente las implementen y controlen. No hay solución a un problema global sin una institucionalidad global.

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