17 sept 2010

Asegurar los servicios esenciales durante los desastres

La frecuencia e intensidad de los desastres naturales ha venido aumentando en recientes décadas. En 2010 un catastrófico terremoto devastó Haití, uno mucho más intenso sacudió Chile y otro causó estragos en la provincia china de Qinghai. Los desastres provocados por tormentas tropicales y lluvias intensas han crecido más rápido.  


Esas calamidades no sólo produjeron víctimas. También generaron ayuda de emergencia para abordar los problemas que amenazaban a los sobrevivientes. Es una lección que convendría tomar más seriamente de cara al futuro. Con demasiada frecuencia, no se pudo brindar atención de emergencia porque los centros de cuidado más importantes no estaban funcionando o no había forma de acceder a los servicios. Los titulares informativos resaltan los daños, pero no se presta suficiente atención a la importancia de asegurar que servicios esenciales —como agua potable y primeros auxilios— funcionen durante los desastres.


Como los desastres son recurrentes, la planificación nacional debería contemplar el incremento paulatino de la capacidad de respuesta y la preparación. Lograr asentamientos humanos mejor preparados para enfrentar fenómenos naturales extremos es un proceso continuo; pero mucho se puede lograr en el corto plazo haciendo los establecimientos vitales, como hospitales y refugios de emergencia, más resistentes a los desastres mediante suministro eléctrico ininterrumpido, rutas de acceso protegidas y provisión garantizada de agua potable y servicios de saneamiento. En demasiados lugares, establecimientos esenciales para lograr una respuesta eficaz dependen de redes que están casi destinadas al fracaso.
En Haití, Chile y otros países, no se pudo suministrar agua potable a las víctimas en un plazo razonable y los centros médicos de emergencia dejaron de funcionar cuando más se necesitaban. La capacidad de tomar medidas inmediatas sobre los cuidados esenciales tiene un efecto cascada en todo el proceso de recuperación. Cuando el acceso básico a servicios médicos de emergencia y agua no se interrumpe, la reconstrucción es bastante más fácil, pues se tienen personas mejor preparadas físicamente para lidiar con las secuelas del desastre.


Lamentablemente, la incidencia y gravedad de los desastres están aumentando justo cuando en muchas zonas urbanas vulnerables crece rápidamente la densidad poblacional. Pese a que esta mayor densidad es una de las principales causas del aumento de los daños, estos en ocasiones pueden ser relativamente leves, incluso en lugares muy poblados, cuando se han tomado medidas de prevención eficaces. Los daños relativamente bajos registrados en Chile pese al severo terremoto sufrido revisten particular interés. También vemos en otros lugares signos alentadores de que los funcionarios están comprendiendo la importancia de priorizar la prevención.


Si bien deficiencias constructivas son una de las razones principales de que los desastres cuesten tantas vidas en los países en desarrollo, las experiencias en Colombia y Turquía con códigos de construcción antisísmica, el acatamiento de las normas de construcción y la supervisión de las prácticas de compra de materiales probablemente reporten beneficios considerables. En todas partes se está comprobando que planificar el uso de la tierra es imprescindible para que las personas tengan viviendas seguras.


Unos 50 países en desarrollo enfrentan terremotos, deslizamientos, inundaciones, huracanes o sequías. Muchos de ellos parecen no reconocer su carácter recurrente y los organismos internacionales no afrontan estos riesgos como amenazas sistemáticas a la asistencia que brindan. Casi la mitad de los países que piden financiamiento al Banco Mundial para afrontar desastres no mencionaron su prevención ni reducción de impacto en sus planes de desarrollo.


Esto debe cambiar. Si estamos dispuestos a invertir cuantiosas sumas para crear mecanismos que eviten crisis financieras, debemos actuar igual con los crecientes peligros de la naturaleza. En pocos meses, la atención del mundo dejará de estar puesta en los desastres naturales (hasta el próximo, claro). Una vez que la tragedia desaparece de los titulares diarios, a los donantes internacionales y a los países les resulta difícil mantener el compromiso con esfuerzos de prevención. Esta triste realidad es otra razón para centrarse en el objetivo más factible: al reconstruir, es preciso asegurarse de que los establecimientos vitales para responder ante las crisis cuenten con redes que no fallen. Así, cuando tiemble la tierra o suban las aguas, las redes críticas podrán resistir y las víctimas no tendrán que volverse unas contra otras para sobrevivir. 
*Director general y consultor superior del Grupo de Evaluación Independiente del Banco Mundial.


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