4 nov 2010

Naturaleza muerta

Parte de los festejos y conmemoraciones de la muerte deben incluir nuevas dimensiones, muchas de las cuales no tienen que ver con la vida humana, sino con la vida de los ecosistemas, con la vida de otras especies biológicas y con la vida misma del planeta. Por lo tanto, es tiempo de comenzar a elaborar ofrendas a regiones completas del planeta, a enormes porciones de tierra y agua que ya perdieron las condiciones indispensables para sustentar la vida y, en la medida de lo posible, podemos comenzar también a celebrar lo que hoy ha comenzado a morir junto con la naturaleza: las posibilidades de un acuerdo planetario de que esta pérdida paulatina del mundo natural tarde o temprano nos llevará a la pérdida de la vida humana. El primer síntoma de tal problemática ha sido el tan nombrado cambio climático, pero hasta ahora no han sido suficientes las advertencias sobre los alcances que el deterioro general del plante ha tenido en bastas regiones, sobre todo porque muchas de ellas no se encuentran dentro del territorio de los dos países que conjuntamente suman el 40 por ciento de las emisiones de gas invernadero. Por lo tanto, mientras China y Estados Unidos celebran su bienestar económico, el resto del mundo celebramos la muerte de nuestros ecosistemas para garantizar su largo bienestar. Así las cosas, la naturaleza hoy debe de agregarse a nuestros festejos, ya tradicionales, de la muerte, la vida y la resurrección. Pero, ¿podrá renace la vida natural, los ecosistemas o el planeta mismo?

El problema de no reconocer la importancia del deterioro ambiental nos lleva a suponer que su problemática se reduce a lo propiamente natural, sin embargo, es posible reconocer cómo su influencia se encuentra más allá de un ámbito particular. Así, según Roberto González en su nota publicada el día de ayer en el diario La Jornada, “un nuevo reporte del Banco Mundial anticipó que el país enfrentará en los siguientes años incremento de temperatura, reducción en los volúmenes de lluvia y eventos climáticos extremos con mayor frecuencia, lo que provocará una reducción en la productividad agrícola”. Según el reporte que presenta González en su nota, “se espera que el cambio climático cause un incremento en la escala y frecuencia de los incendios, debido a que las condiciones del clima favorecerán el inicio y la propagación de fuego en los bosques; también se prevé la sustitución de bosques tropicales por sabanas en el centro y sur de México, junto con la sustitución de vegetación propia de suelos semiáridos por vegetación de superficies áridas en la mayor parte del centro y norte del país y la extinción de especies de bosques tropicales”. Como se puede observar, el problema de la agricultura implica la extensión de la problemática natural al ámbito económico y social, por lo que resulta imprescindible comenzar a observar el panorama general que una crisis ambiental genera en cada una de las esferas implicadas en el desarrollo de un país.

Ahora bien, el tema no es nuevo, ya desde la famosa firma del Protocolo de Kyoto, el cambio climático ha estado al centro de la agenda de discusión, y recién ahora en el año 2012 se hará la evaluación completa del alcance de tal acuerdo, fecha que se fijó desde un inicio como límite para la disminución de contaminantes. Sin embargo, no se necesita un análisis a profundidad para constatar que muchos de los acuerdos y metas trazadas no han sido alcanzadas, así que habrá que comenzar a pensar en nuevas estrategias de acción, de lo contrario la metáfora de la “naturaleza muerta” pasará a ser una caracterización particular de nuestro entorno natural, pasaremos de la metáfora o la representación pictórica de objetos inanimados a la consideración literal de una expresión, y claro, lo grave no es una transformación literal, sino el reconocimiento de los límites de la supervivencia natural. Se trata entonces de incluirla como una dimensión más del desarrollo de un país y no como un dimensión externa que sólo pide se le sea reconocida y resguardada.

Finalmente, quizá también sea recomendable reconocer en estas fechas todo aquello que hemos devastado, consumido, deforestado, secado, extinguido o simplemente destruido en aras de nuestra supervivencia como especie para reconocer en esa medida no sólo lo desigual que ha sido nuestro llanto sino lo poco sustentable que ha sido nuestra práctica social. De esta manera es posible no solo revalorizar la vida humana, sino revalorizarla en función de su relación con el mundo natural, una relación que siempre ha sido desigual. Esperemos entonces que la naturaleza muerta siga siendo una expresión metafórica o descriptiva, pero no literal, de lo contrario no habrá a quién advertir de las consecuencias de no prestar atención al problema ambiental.

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