Daniel Fioravanti desarrolló un kit magnético que se adhiere al vehículo y lo protege mientras éste circula. Puede guardarse en el baúl en los días de sol y se hacen de a uno según el modelo de auto.
La Argentina me trató muy bien”, agradece Daniel Fioravanti, de origen calabrés, a sus 67 años. Y, tras pensarlo un poco más, corrige: “El mundo me trató muy bien a mí. El mundo es maravilloso, son sólo unas pocas personas quienes pretenden hacerlo feo”.
Sin embargo, a Fioravanti no le fue ahorrado ninguno de los sinsabores que afectaron en estos años a los argentinos, sumados a los de la Italia empobrecida de la posguerra. “Yo tenía 15 años y quería hacer la secundaria, para tener después un trabajo creativo”, inicia su historia. Pero su familia no podía pagarle los estudios. Él ya tenía una hermana viviendo en la Argentina, y su padre lo autorizó a cruzar el océano para hacerse la América.
“Yo fui uno de los últimos inmigrantes: llegué en 1958”, rememora. “Había trabajo para todos. A la semana, me metí de aprendiz en un taller mecánico; aprendí mucho y me fue tan bien que llegué a tener mi propio taller en Olavarría, donde reparábamos camiones.” Costumbres argentinas Y entonces Fioravanti sacó patente de argentino: cuando empezaba a cosechar, lo agarró el Rodrigazo. “Volví a Buenos Aires, aprendí serigrafía y me puse un taller de serigrafía”, afirma. De ahí pasó a ser proveedor de laboratorios cosméticos. “Me dieron tanto trabajo, aprendí tanto, que llegué a tener un laboratorio con marca propia. Hasta la hecatombe de 2002, donde perdí todo: la fábrica, las propiedades, mi vehículo particular”. Hasta en eso se recibió de argentino: lo que suele pasar en tres generaciones –venir a hacerse la América, crear una vida en la Argentina, volver a Europa– él lo vivió en carne propia.
“Mi hermana me facilitó mil dólares para que me volviera a Italia a probar suerte; pero claro, en Italia no interesaba lo que pudiera hacer un hombre de mi edad”, relata Fioravanti. “Hasta que una prima en Tenerife me invitó, y conseguí un trabajo en construcción. Hice pintura, herrería y terminé trabajando en un hotel como ayudante de cocina, porque me pagaban lo mismo que por levantarme a las 4 de la mañana para ser albañil”.
Y, al igual que ahora que tantos argentinos se están repatriando, él volvió a Buenos Aires en 2004, “con unos pocos euros, pero con otro ánimo: ya no estaba desahuciado, ya no era el hombre mayor que no encontraba nada que hacer”. De regreso, al auto de Fioravanti lo agarró la granizada histórica de hace cinco años y se lo destrozó. “Dije ¿cómo puede ser que no haya nada para prevenir estos accidentes? Me llevó un par de años de pruebas, de tirar mercadería para probar algo que protegiera pero que le permitiera al vehículo moverse con eso encima”. Empezó a venderlo desde setiembre del año pasado.
A pedido El kit antigranizo se compone de una lámina magnética que lo fija al auto, de modo que éste pueda circular sin que se caiga; una placa de espuma de polietileno expandido, para amortiguar el impacto del granizo; y, arriba, una lámina impermeable. Una parte se coloca sobre el techo, otra sobre el capot y otra sobre el baúl. Plegado, se puede guardar en el baúl.
“Hago todo yo, en mi taller en Floresta, porque para tercerizar parte de la producción tendría que pasarme años enseñando cómo hacerlo, sobre todo porque cada modelo de auto requiere a su vez un cobertor antigranizo diferente”, indica Fioravanti. “Me armé mi matricería casera y puedo fabricar hasta diez por día. Siempre entrego los pedidos en 24 horas”. Algo que es importante porque, créase o no, los días en que hay pronóstico de granizo “llueven también los pedidos”.
1 comentario:
Excelente idea, contagioso optimismo del creador y, por si fuera poco, hermosa lección de vida
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