Sequías e inundaciones se están haciendo más frecuentes y costosas. Mientras la recuperación tras un terremoto suele ser rápida, el efecto de desastres climáticos es más persistente, como ocurre hoy con el alza de los alimentos.
Un terremoto suficientemente fuerte para dejar un millón de damnificados y matar a 220 mil personas en Haití en enero del año pasado fue seguido en noviembre último por un huracán con vientos de 180 km/hr. En medio de ese lapso, varias catástrofes se sucedieron alrededor del globo: el terremoto de Chile en marzo y uno en China en abril (a solo dos años del previo) antecedieron unas lluvias monsónicas en Pakistán (julio) que inundaron el 20% de su territorio, un área equivalente a las regiones de Valparaíso, Metropolitana, O'Higgins, Maule, Biobío, La Araucanía y de Los Lagos bajo el agua.
Mientras cientos de miles de millones de dólares se ocupan en reparar los daños asociados, los científicos anticipan una mayor prevalencia de varios de estos fenómenos. Y en paralelo, los economistas empiezan a incorporar los desastres naturales como parte de una nueva normalidad.
A un terremoto que derribó 1.000 edificios y mató a decenas en China el jueves, siguió el maremoto en Japón, y una sucesiva erupción volcánica en Indonesia.
Pero quizás la mayor prevalencia proviene de los fenómenos de orden climático, como las lluvias torrenciales que recientemente dejaron estragos en el noreste de Australia por un costo estimado de US$ 1.000 millones. "Con los patrones climáticos haciéndose cada vez más impredecibles y extremos, costos de esta magnitud podrían hacerse comunes en todas las partes del mundo, a menos que cambiemos de manera urgente la forma en que pensamos y reaccionamos antes los desastres", dijo en enero la representante de la ONU para la Reducción del Riesgo de Desastres, Margareta Wahlstrom.
"Los científicos están apoyando la idea de que vamos a estar viendo estos desastres en diferentes partes del mundo en forma bastante permanente", comenta Guillermo Calvo, economista de la Universidad de Columbia.
Según varios trabajos del economista de Harvard Robert Barro, la ocurrencia impredecible de grandes desastres causan mayor volatilidad económica. Medido su efecto como gasto social, Barro concluye que éste sube a un 20% del PIB cuando hay desastres, frente al 15% del PIB que representan como gasto social las fluctuaciones del ciclo económico normal.
Esta nueva normalidad no sólo se traduce en enormes daños a reparar, sino que explican en parte el alza de la inflación en el mundo en meses recientes (aunque sin ser ésta la única razón). "El efecto de estas catástrofes, como inundaciones, sequías y huracanes en distintas partes del mundo ha hecho que los alimentos escaseen y su precio suba; desde el punto de vista de la oferta esto es bastante permanente y parece que no desaparecerá de la noche a la mañana", añade Calvo.
Las observaciones hechas por los economistas del FMI David Hoffman y Patricia Brukoff confirman esta tendencia: si entre 1950 y 1969 había poco más de 20 catástrofes naturales significativas en el mundo por año, en los 90 esa cifra se había casi quintuplicado. En respuesta, la industria aseguradora se multiplicó por 12 veces entre el 50 y 2005, con pérdidas cada vez más abultadas.
De acuerdo a Howard Kunreuther y Erwann Michel-Kerhan, de la Escuela Wharton de la U. de Pensilvania, el costo de las catástrofes naturales aumentó casi 40 veces entre 1970 y 2005.
Conforme las sociedades prosperan, las pérdidas también aumentan ante un mismo shock. Pero buena parte de los costos tiene que ver con que los fenómenos catastróficos efectivamente están haciéndose más frecuentes e intensos.
"En los 70, había en el mundo un promedio de 10 huracanes al año de categoría 4 y 5 (vientos de 210-249 km/hr y más de 250 km/hr, respectivamente)", dice un trabajo de Peter Webster, académico del Instituto Tecnológico de Georgia. "Entre 1990 y 2005 estos huracanes casi se duplicaron, promediando 18 al año", dice el artículo, publicado en Science.
Así, 10 de las 20 mayores catástrofes registradas en 1970-2005 ocurrieron en el corto lapso de 2001-05, dicen los economistas de Wharton. Y de esas 10, sólo una fue causada directamente por el hombre: el ataque a las Torres Gemelas.
El costo total computado por ellos (excluyendo de la muestra de 20 casos el ataque terrorista) fue de US$ 185.000 millones, y un 52% se materializó en el breve período de 2001-05.
Más allá de las pérdidas directas, existe bastante documentació que confirma que la recuperación suele ser más rápida de lo prevista inicialmente tras una catástrofe. En una columna escrita en 2005 en el Wall Street Journal tras el maremoto en Indonesia, el premio Nobel Gary Becker destacaba que "los efectos económicos duraderos son pequeños para la mayoría de los desastres naturales que han ocurrido durante las dos últimas centurias". Una máxima que el terremoto en Chile del año pasado confirmó.
Aunque los economistas recién empiezan a estudiar las implicancias de las catástrofes más frecuentes, donde sí parece haber un efecto más persistente -y literatura lo demuestra- es en las consecuencias derivadas de desastres viculados al cambio climático.
La mayor frecuencia de huracanes, inundaciones y sequías y su impacto sobre los alimentos empiezan así a contradecir una famosa frase de Amartya Sen (Nobel de Economía en 1998): "La hambruna es la característica de alguna gente que no tiene suficientes alimentos que comer. No es la característica de que no haya suficientes alimentos que comer".
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