2 sept 2011

El huracán Irene en Nueva York


La alarma en Manhattan ha sido un poco exagerada
El lunes después del huracán, estando en el aeropuerto de La Guardia a punto de embarcar en un avión con destino a West Palm Beach, estuve hablando con algunos residentes de Nueva York sobre su reacción ante el Irene. Es lamentable lo que ha ocurrido, los destrozos en varias partes del país y el alto coste de los daños ocasionados por la intensa lluvia y el viento. Aunque la alarma en Manhattan ha sido un poco exagerada.
Es cierto que es fundamental extremar las precauciones, especialmente en un caso como este: la infraestructura de la ciudad de Nueva York no está tan preparada para este tipo de fenómenos naturales como, pongamos por caso, Florida. Es cierto que es difícil calibrar la intensidad del impacto final de tales fenómenos meteorológicos, y siempre es mejor prevenir que sufrir algún tipo de daño resultado de la falta de precaución. Además, desgraciadamente, el huracán ha ocasionado serios accidentes en varios estados del país y también en algunos barrios de Nueva York. Pero el sentimiento general es que hubo demasiada alarma en Manhattan. Gente acostumbrada a ir a trabajar a sus oficinas hasta la madrugada, asistir a eventos y, en general, desplazarse por la ciudad a cualquier hora del día y de la noche bajo lluvias torrenciales, a veinte grados bajo cero o con nieve casi hasta las rodillas estuvo encerrada en su casa un fin de semana mientras fuera caían de vez en cuando finas gotas de agua.

Durante una semana los canales informativos de televisión, CNN, MSNBC, Fox News, NY1, dedicaron buena parte del día al posible impacto del huracán en Nueva York: de qué categoría era, del 1 al 5 (empezó en 3, como huracán, y acabó en 1, como tormenta tropical), qué recorrido seguiría, cuándo llegaría a cada punto, qué medidas de precaución debían tomar los ciudadanos, etc. En cada canal, un reportero con botas de agua repetía que venía Irene. Los que estábamos en Nueva York agradecimos la información y nos preparamos para lo peor. Fue admirable la organización del alcalde de Nueva York y su capacidad de liderazgo en un momento de crisis. En el mapa de los cinco boroughs de (Manhattan, Brooklyn, Queens, Staten Island, Bronx) señalaron tres zonas en riesgo de inundación, A, B, C, de mayor a menor grado de peligrosidad. Las más peligrosas eran, obviamente, las que estaban al lado del agua. Todos los residentes de esas áreas debían ser evacuados. A medida que se aproximaba el viernes los medios de comunicación informaban de los shelters o refugios a donde podían acudir los evacuados. Fueron desplazadas 370.000 personas entre el viernes y el sábado. A los que no tenían que irse, les recomendaron que compraran provisiones, linternas, velas, agua, comida enlatada. Algunos cubrieron las ventanas con papel de periódico y llenaron la bañera de agua.
El sábado suspendieron el transporte público y bastantes vuelos, cerraron los puentes para evitar accidentes automovilísticos con el impacto del viento, cancelaron todos los espectáculos de Broadway y las trescientas actividades que estaban planeadas en la ciudad para ese fin de semana. Y los establecimientos cerraron sus puertas al mediodía. El sábado por la mañana bajé al supermercado y me encontré una cola de gente que recorría varios pasillos, con los carros repletos de comida. Mientras avanzaba la cola seguían cogiendo comida de los estantes de al lado y metiéndola en el carro. De vuelta en mi apartamento encendí la tele y vi al alcalde de Nueva York dando una rueda de prensa: “Los que tienen que ser evacuados, si no han salido ya de su casa, que lo hagan ahora. No esta tarde, ni esta noche. ¡Ahora!”.

Cuando me levanté el domingo por la mañana, me acerqué a la ventana, miré abajo y vi pequeñas cabezas paseando por la calle, entre la llovizna. Mis ojos buscaban indicios, relacionaban dos imágenes, la del sábado y la del domingo, pero no encontraban ninguna diferencia. La gente paseaba normal, los taxis circulaban zigzagueando como de costumbre, las ventanas de los rascacielos estaban intactas, las farolas seguían en su lugar y los árboles estaban impertérritos. Varios residentes de Manhattan tenían la sensación de que el alcalde y los medios fueron un tanto tremendistas respecto a esa ciudad. Pero en otros lugares sí se vivieron graves consecuencias del huracán: varias personas perecieron a pesar de las medidas de seguridad y los previos avisos de las zonas de peligro, en algunas casas perdieron la electricidad, y algunos los sótanos quedaron inundados. Deberíamos tratar de alcanzar un punto medio, un punto un tanto más moderado, en el que nos aseguráramos (el gobierno, las fuerzas de seguridad y los ciudadanos) de que hemos tomado todas y cada una de las precauciones necesarias sin pasar a un extremo.

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