Arrecian las críticas contra la escasa preparación y las
penosas infraestructuras de la capital china, que sufrió inundaciones de hasta
cuatro metros.
Agentes de policía llevan a cabo labores de rescate en una
zona inundada en el centro de Pekín
El sábado, a las dos y media de la tarde, el cielo de Pekín
se oscureció como si fuera de noche y, en medio de un viento huracanado, rompió
a llover con una intensidad que no se había visto en los últimos 60 años. La
tormenta duró unas diez horas, trajo un tornado a las afueras y dejó a su paso
un reguero de muerte y destrucción que revela el precario urbanismo, con
frecuencia tercermundista, que se esconde tras la deslumbrante fachada de
rascacielos que ha florecido en la capital china al amparo de su desenfrenado
crecimiento económico.
Según informa la agencia estatal de noticias Xinhua, el
último balance oficial de víctimas mortales asciende a 37 personas. De ellas,
25 se ahogaron porque las inundaciones llegaron a los cuatro metros de altura
en algunos puntos de la ciudad, especialmente bocas de metro y pasos
subterráneos. Junto a ellas, otras seis personas fallecieron al derrumbarse sus
casas por las lluvias torrenciales, otra resultó electrocutada y una más fue
alcanzada por un rayo.
A tenor del informe elaborado por el Ayuntamiento de Pekín,
casi dos millones de personas se vieron afectadas por el temporal, que causó
unos daños por un valor superior al millón de euros. Como suele ocurrir en la
capital china cada vez que llueve, el tráfico quedó totalmente paralizado y el
aeropuerto tuvo que cancelar 500 vuelos, dejando en tierra a 80.000 pasajeros.
Muchos de ellos no pudieron tomar sus aviones hasta la última hora del domingo.
Una mujer pasa por delante de una zona dañada por las
inundaciones en Long Bao Yu, cerca de Pekín
Además, algunos barrios de la ciudad sufrieron apagones
porque el agua anegó los generadores eléctricos subterráneos, sumiendo a Pekín
en un caos que sus habitantes tardarán todavía algún tiempo en olvidar.
Las imágenes difundidas por la televisión estatal, y sobre
todo por las redes sociales como Weibo (una copia china del censurado Twitter),
muestran torrentes de agua anegando las calles de Pekín y sumergiendo coches y
autobuses bajo los puentes. En los barrios de las afueras, las riadas inundaron
numerosas viviendas y la fuerza del agua arrastró los vehículos contra sus
muros.
Pasada la tormenta, han arreciado las críticas por la mala
gestión del desastre y las deficientes infraestructuras de la ciudad. Aunque
los servicios meteorológicos habían previsto la llegada del temporal, el
Ayuntamiento de Pekín no desplegó un servicio de emergencia hasta que empezó a
llover ni instaló refugios para atender a las decenas de miles de damnificados.
Una vez más, un desastre natural pone de manifiesto la vulnerabilidad del
desarrollismo chino.
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