28 mar 2011

Las catástrofes y la conversión

Los desastres naturales siempre existirán, productos éstos ya sea de causas también naturales; de una creación afectada por las consecuencias del pecado o bien como consecuencia de la acción del ser humano

Cuánta materia para la reflexión nos han dejado los tremendos desastres naturales que vienen sufriendo nuestros hermanos japoneses, en una amplia área de ese importante país. El fuertísimo y destructor terremoto, el poderoso y arrasador maremoto o tsunami, y asociadas con ellos, las explosiones en una planta de energía nuclear y la severa crisis económica que amenaza con llevarlos al caos.

Podríamos hacer comentarios desde varios ángulos de vista; sin embargo, en virtud a la naturaleza de esta página y de esta colaboración, reflexionemos desde el aspecto de trascendencia de los mismos.

Dice por ahí un dicho popular, que tiene mucho de verdad y de razón: “Dios siempre perdona; el hombre, a veces; la naturaleza, nunca”.

Con esto queremos resaltar que los desastres naturales siempre existirán, productos éstos ya sea de causas también naturales; de una creación afectada por las consecuencias del pecado --según lo deja ver la Palabra de Dios en el libro del Génesis 3, 1-19, así como a través de san Pablo en su carta a los Romanos 8, 21-22, que afirma que “la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción, para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto”--; o bien como consecuencia de la acción del ser humano, que a través de la historia, consciente o inconscientemente, voluntaria o involuntariamente, responsable o irresponsablemente, ha venido destruyéndola, acelerándose esto especialmente en el siglo anterior y en el presente.

Nuestra convicción como cristianos creyentes, es, o debería ser, que nuestro Dios es un Padre amoroso que quiere lo mejor para sus hijos y que, por lo tanto, Él no manda, ni siquiera suscita este tipo de eventos, mucho menos a manera de castigo, que sin embargo, en determinadas ocasiones sí los permite, para hacer un llamado de atención y recordarnos que no somos ni inmortales, ni todopoderosos, ni autosuficientes --como es frecuente que caigamos en el error de así creerlo y vivirlo--, sino todo lo contrario: irremediablemente vamos a morir, y por lo tanto somos frágiles, débiles, limitados y necesitamos de su amor, de su misericordia, de su acción en nuestras vidas bajo el amparo de su Divina Providencia.

Para nuestro Dios y Padre, ello es primordial, y como somos muchos los que nos olvidamos de Él y de las consecuencias eternas que ello atrae, “aprovecha” este tipo de fenómenos para hacer un llamado a todos los que están en esa situación. a recapacitar, a arrepentirse y volver a él, convirtiéndose. Por ello dice la Escritura que “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (1 Tim 2, 4).

Es el caso de la mujer samaritana de la que nos habla el pasaje evangélico de este domingo. Aunque la forma de llamarla es muy distinta y no tan extremosa, porque por lo demás, con ese llamado fue suficiente para que la mujer se convirtiera y creyera en Jesús, el mensaje es el mismo y es el mensaje central de esta Cuaresma: convertirnos y creer en el Evangelio. Dios, pues, se vale de muchas maneras para llamarnos a esa conversión.

Por otro lado, este tipo de acontecimientos le da al cristiano la oportunidad de manifestar esa conversión como algo verdadero y auténtico, ya que el acontecimiento “es un desafío para testimoniar su solidaridad, viviendo intensamente el mandamiento del amor y la caridad fraterna”, según declararon los obispos de Japón. ¿Cómo? Pues de varias maneras, comenzando por la oración de intercesión y la participación en la Eucaristía como instrumento de comunión en Cristo con los susodichos hermanos japoneses, los que gozarán de las gracias y bendiciones de la “Comunión de los Santos”; ambas tienen un poder muchas veces no valorado ni comprendido y tal vez ni conocido.

Es por ello que frecuentemente escuchamos, cuandose presenta una situación similar, expresiones que demeritan y descalifican a aquello que precisamente tiene más poder que todo lo demás que pudiéramos hacer por ellos. Eso sin menoscabo de la ayuda material que sea posible ofrecer.

Finalmente, para capitalizar en nuestra vida la enseñanza que el Señor, a través de estos acontecimientos, nos quiere dar, preguntémonos qué tan preparados estaríamos en caso de suceder algo parecido en nuestro medio, o simplemente si Dios decide llamarnos hoy o mañana a su presencia, así como si tendríamos tiempo para convertirnos si, como muchos, lo dejamos para el último.

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