14 ene 2011

Australia: el terror de vivir amenazados por las aguas

Estamos en verano en Queensland, una época donde generalmente llueve, pero este año ha llovido en exceso, como nunca antes. En la prensa se ha podido leer algunas menciones de las (tristemente célebres) lluvias e inundaciones de 1974, pero nunca pensé que se repetiría la historia.

El lunes 10 salí a mi oficina, temprano en la mañana como de costumbre, había llovido durante el fin de semana y no se vislumbraba ningún cambio, aunque seguía lloviendo. Al llegar a mi oficina en los noticieros se hablaba de tormentas y de inundaciones en Toowoomba, un poblado a 90 minutos al noroeste de Brisbane.

Al día siguiente las lluvias no paraban. El martes eran aún más intensas las precipitaciones. Por la ventana de mi oficina, que está en el último piso de un edificio ubicado en el oeste de la ciudad, podía ver cómo el río iba subiendo en Brisbane City, y cómo el cielo se tornaba cada vez más gris oscuro. Eran las 9 de la mañana y parecían las siete de la noche. Sentí miedo. Angustia. Mi hijo estaba en el childcare (guardería), mi esposa en su oficina y ya se hablaba de inundación en la ciudad.

Para ese momento, las represas estaban llenas y se decía que posiblemente abrirían las compuertas. Me parecía una locura, pero el tema es que estaba a punto de explotar y era inminente una inundación total de la ciudad.

Ya para entonces, desde la ventana veía al río a punto de desbordarse. Casi llegaba a las puertas de las casas en su ribera.

Le dije a mi jefe que me tenía que ir. Tenía que buscar a mi chamo (hijo), porque habían cerrado el childcare (guardería). Llamé a mi esposa, nos encontramos en la estación central y nos llevó cuarenta y cinco minutos recoger a Cristian en el colegio. Los trenes estaban atrasados, venían llenos, la estación estaba a reventar. Nunca había visto tanta gente. Y es que la ciudad estaba siendo evacuada. Pronto se inundaría.

Los recuerdos

En el tren se hablaba de zonas ya evacuadas, que ya el agua había desbordado. Se me hacía difícil creer lo que escuchaba. Tras recoger a Cristian llegamos finalmente a la casa, estresados, angustiados, y a encender la televisión. Las imágenes de las inundaciones me hacían recordar la tragedia del estado Vargas, un desastre natural de proporciones similares que ocurrió en Venezuela en 1999.

Para el miércoles ya Brisbane estaba inundado. Daba tristeza ver todo lleno de agua, hasta 4,5 metros de altura sobre el nivel del mar que cubría casas enteras, destruyó muelles, caminerías, y negocios a la orilla del río. El agua ya se había colado entre calles y avenidas de las urbanizaciones cercanas, estaba por todos lados.

Cerca de nuestra casa también se hablaba de inundación y evacuación. Tratando de mantener la calma, preparamos un bolso con ropa y algunos documentos importantes. Era angustiante saber que debíamos dejar todo atrás si nos tocaban a la puerta o nos llamaban por teléfono para desalojar. Sentí miedo otra vez.

Paso el día sin caer una gota de agua, gracias a dios, y sentí un poco de tranquilidad. A mi vecino se le había inundado la parte de abajo de su casa, pero la nuestra estaba intacta.

Revisamos un mapa de inundaciones y nos dimos cuenta que no estábamos en la zona de mayor riesgo. Casi de noche fuimos a buscar agua potable, leche y pan, pero todos los estantes estaban vacíos. Había angustia general, mucho nervio. Ya eran muchas las zonas de la ciudad inundadas. No sólo era Brisbane, era Ipswich y Toowomba. Y cada vez más personas iban llegando a centros de acopio.

La televisión mostraba imágenes del agua que, indetenible, arrastraba todo a su paso. Carros, casas, todo. Se veía también lo que hacían los equipos de rescate para atender a los necesitados. Hay pocos fallecidos, si se compara con otras tragedias como la de Vargas (en Venezuela), pero no por ello deja de ser muy triste vivir todo esto.

Bajan las aguas

El jueves tampoco llovió, el río empezó a bajar y se empezó a hablar de limpieza y reconstrucción.

Y este viernes, tampoco llueve, con lo que llegamos a tres días sin lluvia. El agua que ocupó calles, viviendas, colegios, estadios y negocios parece desvanecerse, escurrirse y algunos empiezan a regresar a su hogar, a ver que quedó, que dejó el agua a su paso.

Nada quedó intacto, por todos lados hay una marca de esta tragedia. Incluso para aquellos que no estuvimos involucrados desde el principio, y sólo fuimos espectadores, porque igual sentimos la angustia, el pánico de ser parte de un desastre natural.

Ahora toca tender una mano, de cualquier forma, a aquellos que lo necesiten. A sabiendas de que el miedo sigue allí, por la expectativa de que todo se repita.

Fuente

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