Se cumplen 38 años del fenómeno climático que conmocionó a San Justo. Fue el 10 de enero de 1973, cuando un tornado arrasó gran parte del poblado dejando como saldo medio centenar de muertos y una ciudad por reconstruir. La crónicas periodísticas de ese año, revelaban la desesperación de las horas inmediatas posteriores a la tragedia. Un periodista de diario El Litoral, describía el desolador panorama que, según su propia apreciación no se podía definir con palabras.
“El área devastada ofrecía, esa mañana (el día después del tornado), la imagen que debe ser común a los centros urbanos sometidos a un bombardeo, con la salvedad de que aquí fue la fuerza de la naturaleza y no la inconsciencia de los hombres la que sembró muerte y desolación” decía la crónica.
El Litoral visitó la casa de Alcira Ferreira, en el mismo lugar donde hace 38 años, la fuerza de la naturaleza borró todo lo que había en la esquina de Roque Sáenz Peña al 2100.
Alcira hoy recuerda que “ese día, estaba con mi esposo y mi bebé que tenía un mes y algunos días de vida. También estaban mis suegros. Cuando sentimos el ruido del viento -relata Alcira de memoria-, lo primero que hice, fue agarrar a mi beba María Laura entre mis brazos y nos refugiamos debajo de la mesada del baño”.
Mientras tanto, “mi suegro que estaba en la puerta del frente, trataba de que la tormenta y el viento no entre, pero, lamentablemente no pudo soportar el peso de la abertura y falleció en el derrumbe; y el marco de la otra puerta le cayó arriba a mi suegra, fracturándole la clavícula”.
“Mi marido -agrega la entrevistada-, se salvó entre los escombros, ya que él estaba soportando el peso de la ventana del otro lado, hasta que cedió todo. Cuando reaccionamos después del viento, todo estaba cubierto de escombros. Mi esposo no podía mover una de las piernas”.
Manos solidarias
Como si fuera hoy, Alcira relata: “La gente de un taller cercano nos auxilió y un médico me llevó hasta el hospital, yo tenía muchos golpes y unos cortes en la cabeza. Por fortuna, mi hija María Laura que hoy tiene 38 años, no sufrió daños. A mi esposo lo trasladaron al hospital Cullen de Santa Fe, tenía fractura de pelvis y fracturas en los brazos, estuvo más de dos meses internado. Cuando volvimos a San Justo, no lo podíamos creer, no había nada, era todo campo y montones de escombros donde era nuestra casa”.
Después “nos fuimos a vivir a otro barrio, donde alquilamos una casita y en 1976 cuando se habilitaron las casas que construyó el gobierno volvimos a este mismo lugar. Es un triste recuerdo que nunca olvidaremos; y cuando el tiempo está tormentoso o comienza a soplar viento fuerte, nos asustamos mucho porque es un mal presagio que siempre vivirá con nosotros”, reflexiona Alcira.
Luego de este importante fenómeno climático, la zona afectada fue reconstruida, y hoy el bulevar Roque Sáenz Peña, que fue el eje del tornado, es uno de los lugares más pintorescos y con muy buenas edificaciones de la ciudad.
Sin embargo, después de casi cuatro décadas, las calles de San Justo son testigo de la fuerza de voluntad de sus habitantes que supieron reconstruir, desde el dolor, sus vidas y la ciudad que los vio nacer.
El saldo de la tragedia
Aproximadamente, fueron 50 los muertos rescatados de los escombros, a los que se le sumaron más de 500 heridos. El resto del pueblo que sobrevivió a ese inusual ensañamiento de la naturaleza, colaboraba con albergues para las 1.500 personas que quedaron sin viviendas.
Bomberos, obreros, policías, soldados y médicos de todas partes trabajaban en la labor de remoción de escombros en busca del hálito de vida, seguidos por la azorada mirada de quienes trataban de escrutar entre los restos de sus viviendas la razón de lo que no puede tener explicación.
Mientras tanto, comenzaba a llegar ayuda alimentaría y material para los damnificados, ofrecida por el gobierno nacional y de distintas provincias que se solidarizaron con los pobladores sanjustinos.
Ese fatídico día; el cielo comenzó a oscurecerse rápidamente y a las 14.15 empezó a soplar el fuerte viento con ráfagas que alcanzaron los
El tornado tomó como eje dos cuadras paralelas al bulevar Roque Sáenz Peña que cruza la ciudad de norte a sur y se extendió por espacio de casi un kilómetro. Allí la naturaleza descargó toda su ira.
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