8 feb 2011

Alertas meteorológicas

Los técnicos y los medios de difusión nos han hecho sustituir los términos tradicionales de ‘mal tiempo, tiempo del sur o tiempo majorero', por el de alerta por fenómenos meteorológicos adversos, Pero, a pesar de los agoreros, con aquella terminología o ésta, como dice el famoso cantante “todo sigue igual”.

Ya nos hemos familiarizado con la palabra ‘sunami'; las consecuencias de terremotos en medio de los mares de Oceanía, haciendo que las aguas retiradas de las costas, al regresar violentamente, arrasan todo y causan infinidad de victimas humanas. Al parecer, cuando el terremoto que en 1755 destruyó Lisboa, las aguas se retiraron de las costas de nuestras Islas, si bien su regreso no violento, no causó ningún estrago.

Cuando las edificaciones no habían invadido los llanos, gavias y barrancos que rodeaban a nuestra ciudad y que, según los expertos, han sido causa de desvío de cauces e inundaciones, los que vivíamos en La Plazuela, después Plaza de Calvo Sotelo y hoy Plaza de la Constitución, teníamos que usar compuertas para evitar la invasión de nuestras casas por el agua, y muchas veces, no se llegaba a tiempo para evitarla.

Los vientos huracanados que rompían muelles, causaban estragos en los barcos fondeados en Puerto Naos y hasta nos impedían avanzar por calles como el Callejón del Casino, hoy calle Artillero Luis Treguerras, eran frecuentes. Lo que hoy se denomina 'fuertes oleajes', que afectan las costas', eran espectáculo frecuente, saltando sobre el 'Muelle Grande', invadiendo el Reducto o cubriendo el maltratado ‘Islote de la Fermina', hoy ridiculizado con aquello de Isla del Amor.

Recuerdo en mi niñez unas láminas escolares con dibujos que representaban esos fenómenos, fuegos fatuos en la punta de los palos de los barcos, auroras boreales y una especie de enorme cuerno que salía del mar hasta perderse en las nubes, bajo el título de tromba marina. Los marineros lanzaroteños la llamaban 'manga', y tengo delante de mí, un recorte del diario La Provincia, de 6 de junio de 2002, rememorando, bajo el título: “El tornado que arrancó una caseta”, nos habla del de el 8 de diciembre de 1957, un fenómeno de rara frecuencia en Lanzarote. Una columna de varios centenares de metros de altura y una base ancha debida al agua del mar que absorbió, arrasó y lanzó al mar, después de elevarla vatios metros, una caseta de 400 kilos de peso y volcó barcos. Yo fui testigo del fenómeno. Era domingo sobre el medio día y salía de mi casa. Un ruido ensordecedor, como un avión que se acercara; la columna de agua, la caseta volando por los aires y un barco a la deriva.

Estos fenómenos suelen venir acompañados en las noticias de la prensa, de un mapa de las islas asaetadas o rodeadas de una serie de puntitos rojos y amarillos, correspondientes a los cientos y algunas veces miles, de rayos que cayeron en plena tormenta.

Me recuerda una tarde en el patio del Instituto de las Cuatro Esquinas, esperando a entrar en clase, cuando dos enormes fogonazos y otras tantas detonaciones, nos llenaron de alarma. A los pocos minutos, un alumno llega corriendo y pálido, y que repetía: “El rayo, el rayo...”. Dos rayos habían caído al mar, en las inmediaciones del Castillo de San Gabriel, por donde nuestro condiscípulo paseaba en ese momento. Para su desgracia, desde aquel momento se le conoció como ‘Rafaelito el del rayo'.

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