4 feb 2011

Campesinos hacen muros a mano para tratar de evitar inundaciones

Ocho comunidades de este cantón permanecen aisladas desde el pasado lunes como consecuencia de la crecida del río Vinces, luego de que la correntada abrió un boquete por donde entran cientos de metros cúbicos de agua que inundan bananeras, arrozales y otros sembríos, además de tramos de dos carreteras vecinales.

Esto último imposibilita el paso vehicular hacia recintos y caseríos de la parroquia Antonio Sotomayor, del cantón Vinces, como Miraflores, Tamarindo, Playas de Vinces, El Poste, San Genaro, El Delirio, Pijío y El Hacha. El boquete alcanza 20 metros de longitud y está entre los sitios Cerro Gusano y Antonio Sotomayor, en una zona cubierta de bananeras.

Ayer los campesinos cumplían tres días del arduo trabajo, pues medían fuerzas contra la correntada para apuntalar palos y colocar sacos con arena en un intento por taponar la apertura. Pese a que participaban casi cincuenta hombres, todos obreros de fincas aledañas, la tarea era lenta. Solo cubrían cinco metros hasta la mañana.

Unos llenaban los costales, otros los cargaban, otro grupo amarraba los palos luego de que compañeros los clavaban a punta de golpes con fierros a manera de martillos. Debían construir una barrera de al menos cinco metros de altura.

“Nos turnamos, ayer (el miércoles) me tocó cargar los sacos. Estamos a full, mientras más nos demoramos seguimos a pique en nuestras casas”, decía Hugo Fernández, habitante de El Hacha, de la cuadrilla que llenaba los sacos.

En tanto, el agua seguía inundando las localidades de Vinces. El Hacha, precisamente, es el recinto más afectado. El miércoles pasado, 29 familias debieron abandonar sus casas y refugiarse en viviendas vecinas.

Según Felipe Avellán, presidente de la parroquia Antonio Sotomayor, unas 2.000 familias viven en los sitios aislados.

En El Hacha habitan unos 300 grupos familiares. El agua da a la cintura y obligó a José Loor, de 70 años, y a otros vecinos a elevar sus colchones o llevar enseres a casas de allegados con estructuras elevadas.

El hombre perdió sus cultivos de pimientos, de cuya cosecha subsistía. “Vendía dos saquillos en Vinces a $ 16 por semana; también perdí mis verduras”.

Dos gallinas y un gallo de pelea perdió Emperatriz Carriel, sexagenaria; a diferencia de Ángel Suárez, que tres días después de la crecida perdió diez aves de corral, mientras que Javier Valenzuela, de 42 años, dos hectáreas de arrozales.

Los habitantes caminaban con el agua a la cintura y preocupados ante la posibilidad de quedarse sin provisiones alimenticias. El agua para consumo humano la adquieren a tiendas, pero estas habían agotado su stock o permanecían cerradas por el éxodo de sus dueños a causa de la inundación.

En el sitio Miraflores, donde hay pocas casas pero vastas zonas arroceras que el agua arruinó, Juan Ronquillo, de 65 años, pasó horas contemplando ese panorama con pesadumbre. Su vecino Ángel Suárez, de 50 años, también dueño de arrozales, se desesperó porque no rescató sus gallinas que estaban trepadas en árboles distantes.

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