Las carreteras del Norte fueron ayer, con mucho, el peor lugar donde estar, lo que no impidió el trasiego de curiosos que se la jugaron
Juanjo Jimenez Las Palmas de Gran Canaria Transitar ayer domingo por las carreteras del Norte de Gran Canaria principalmente por sus medianías fue ayer un ejercicio de alto riesgo que, en ocasiones, se convertía en una ruleta rusa.
En la vía que sube desde El Pagador hasta Moya se registraban 'en directo' los aluviones de tierra y barro, y también alguna que otra enorme tosca que, de coger a algún vehículo debajo se hubiera convertido en un verdugo de su tripulación, con peores consecuencias que las heridas leves que provocó por este motivo a un conductor que transitaba por la angosta vía que une la villa moyense con la ciudad de Santa María de Guía.
La persistencia de las precipitaciones durante toda la noche, y el hecho de que cayera aún más agua en la capital que en las medianías amedrentó al personal que suele acudir los fines de semana a puntos como San Mateo o Teror.
Cazatormentas.
En la villa no se instalaba el habitual mercado de los domingos y en bares y bazares apuntaban que la clientela del día era estrictamente la local, y aquél foráneo que se equivocó de día entraba en una profunda neblina que llegó a parar el tráfico por minutos en la vía entre Arucas y Teror, simplemente por no saber qué había a diez metros del capó, principalmente cuando a esto le acompañaba uno de los frecuentes y fuertes aguaceros que descargaban al mediodía y primeras horas de la tarde.
Pero lo que sí se activó fue el 'turismo cazatormentas'. Un 'sector' en auge que, con cámaras y a veces en familia, se encontraban grupos metidos en barrancos con sus cuatro por cuatro poniendo a prueba la capacidad de tracción de sus aparatos, como ocurría con un cada vez más caudaloso barranco de Azuaje, cuya salida, en San Andrés , junto con las desembocaduras del barranco de Moya, el de Gáldar, que tuvo que ser limpiado con urgencia de palos, trastos y piedras, según informaba su alcalde, Teodoro Sosa, el de Bañaderos y el de Tinoca, dejaba el mar de un color chocolate desde la capital a Sardina de Gáldar. Pero, en Sardina, no estaban para mirar el mar, sino el profundo socavón que se abría pocos metros más abajo del conocido bar La Cueva.
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