24 sept 2010

Capa de ozono y cambio climático

La capa de ozono ha mejorado en los últimos años, pero el cambio climático podría alterar esta tendencia en el futuro. Así lo señala un reciente informe que destaca la relación entre ambos. Sus responsables, un equipo de más de 300 científicos, señalan los buenos resultados de las medidas internacionales para eliminar los gases que afectan a esta capa, pero no hay margen para relajarse. Muchas de las emisiones implicadas en el cambio climático afectan también al mal llamado agujero de ozono (en realidad es un adelgazamiento en determinadas épocas del año). Los hábitos de los consumidores son esenciales para combatir estos dos problemas globales que afectan al medio ambiente y a la salud de millones de personas.

La capa de ozono se recupera

El ozono estratosférico  recuperará hacia 2050 los niveles que tenía en los años ochenta del siglo XX, gracias a los esfuerzos internacionales de conservación. Así lo señala el informe "Evaluación científica del agotamiento de la capa de ozono 2010", de la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), en el que han participado más de 300 científicos.
La disminución de este filtro gaseoso, presente en la estratosfera a unos 25 kilómetros de altura, acarrea un mayor paso de la radiación ultravioleta solar, cuyas consecuencias para el medio ambiente y la salud son muy negativas.

El trabajo señala la estrecha relación de este problema y el cambio climático: muchas de las sustancias que reducen la capa de ozono son potentes gases de efecto invernadero. Por ello, el Protocolo de Montreal de 1987 ha sido muy beneficioso para mitigar ambas cuestiones. Este acuerdo, firmado en la actualidad por más de 190 países de todo el mundo, prohíbe el consumo y fabricación de los clorofluorocarbonos  (CFC), unos gases muy utilizados hasta entonces en la industria del frío y en los aerosoles de uso cotidiano (desodorantes, lacas, etc.), con un papel fundamental en la destrucción del ozono.

Al combatir este problema, señala el informe, se ha evitado la emisión anual de 80 gigatoneladas de dióxido de carbono (CO2) equivalentes. Por su parte, el cambio climático tendrá una influencia creciente sobre el ozono en las próximas décadas. Los cambios en la capa serán consecuencia de las emisiones de gases de efecto invernadero de larga duración, sobre todo CO2, asociados a actividades humanas.

La reducción de estas emisiones ha supuesto también mejoras directas en la salud pública y el medio ambiente. El estudio asegura que si se continúa hasta 2050 con las obligaciones del Protocolo de Montreal, se evitarán hasta 20 millones de casos de cáncer de piel y 130 millones de casos de cataratas oculares, así como importantes daños al sistema inmunitario humano, a la fauna y flora silvestres y a la agricultura. Por ello, los responsables del informe reivindican la necesidad de comprender mejor los vínculos entre ambos para poder combatirlos.

Desafíos que combatir

El informe del PNUMA y la OMM reconoce que en los últimos diez años la mejoría en la capa de ozono casi no se ha notado a causa de las dinámicas atmosféricas, pero insiste en que la tendencia es la correcta. Además, la recuperación no se percibe igual en todas partes: el nivel óptimo sobre la Antártida y el Ártico, donde el debilitamiento de la capa es más preocupante, se alcanzará sobre el año 2070. En estas zonas, las condiciones meteorológicas extremas dificultan la mejoría y todavía se registran niveles elevados de radiación ultravioleta durante la primavera, cuando los niveles de ozono son menores.

De la misma manera se posiciona la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET), cuyas previsiones  apuntan a un ritmo de recuperación más lento del esperado. Según los responsables de esta institución, el mal llamado agujero alcanzó en 2009 una dimensión media de 21,7 millones de kilómetros cuadrados, unos tres millones de kilómetros cuadrados menos que el año anterior. Su extensión máxima se registró el 17 de septiembre, con una dimensión de 24,1 millones de kilómetros cuadrados, una superficie similar a la de Norteamérica.

Entre los aspectos negativos, el informe del PNUMA y la OMM señala el gran aumento de algunos productos que han sustituido a los CFC y que también actúan como potentes gases de efecto invernadero. Destaca a los HCFC (hidroclorofluorocarbonos) y el HFC (hidrofluorocarbonos), cuyo efecto en la actualidad es débil, pero podrían convertirse en un grave problema más adelante.

La concentración y las emisiones de HFC registran un aumento de un 8% al año. El HFC-23, un subproducto de la producción de HCFC-22, no daña la capa de ozono, pero es 14.000 veces más potente que el CO2 como gas de efecto invernadero, apostilla el estudio. Por ello, el Protocolo de Kyoto de 1997 obliga a una reducción paulatina de este tipo de alternativas.

En España, según el Laboratorio de Climatología de la Universidad de Alicante, el problema fundamental no es la capa de ozono de la estratosfera, como en la Antártida, sino la acumulación de ozono troposférico, más próximo a la superficie terrestre, que en determinadas épocas del año registra valores elevados, sobre todo en verano, y provoca la irritación de las mucosas y los tejidos pulmonares.

Qué pueden hacer los consumidores

El informe del PNUMA y la OMM subraya que la sensibilización ciudadana ha contribuido en gran manera al éxito del Protocolo de Montreal: en 2010, la reducción de la emisión de sustancias que agotan la capa de ozono, expresada en toneladas de CO2 equivalente fue cinco veces superior (unas diez gigatoneladas por año) a la que se había pronosticado en 1997.

Los consumidores pueden contribuir a la recuperación de la capa de ozono al evitar el uso de productos que contengan CFC u otro tipo de sustancias similares que la perjudiquen. Además de los CFC, hay una lista de más de cien productos, como los HCFC, halones, bromuro de metilo, tetracloruro de carbono o metilcloroformo, que también contribuyen a la disminución del ozono estratosférico.

Todos los ciudadanos deben ser conscientes de la necesidad de protegerse de los rayos del sol, en especial a partir de mayo y hasta octubre, con cremas protectoras, siempre que se tome el sol en la playa o en el campo y, en cualquier caso, evitar la exposición prolongada.


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